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martes, 29 de mayo de 2012

NUEVE AÑOS DE KIRCHNERISMO, por Hernán Andrés Kruse (para “Redacción Popular” de mayo de 2012)




El 25 de mayo de 2003 asumía como presidente de todos los argentinos el por entonces gobernador de Santa Cruz, Néstor Kirchner. El país ardía. Nadie creía en la clase política. Varios de sus más conspicuos representantes ni siquiera podían transitar libremente por la calle, temerosos de las represalias verbales de los atribulados ciudadanos. La pobreza y la indigencia habían alcanzado niveles históricos, fruto del colapso de la convertibilidad. Los partidos políticos tradicionales habían estallado en mil pedazos y las instituciones fundamentales de la República, el Congreso y la Justicia, habían colapsado. El Fondo Monetario Internacional había sometido al país a una innecesaria y feroz humillación durante las postrimerías del gobierno aliancista y, fundamentalmente, durante el interinato de Eduardo Duhalde. El Parlamento había llegado a convertirse en una caja de resonancia de las órdenes del poder financiero transnacional y cada vez que Duhalde tomaba una decisión para satisfacer a los burócratas del Fondo, sus autoridades manifestaban que no era suficiente, que había que apretar más el cinturón. Los ahorristas seguían exigiendo a los bancos la devolución del dinero confiscado por Domingo Cavallo y la inflación amenazaba con devorar la moneda nacional.

Hace nueve años ningún argentino sabía a ciencia cierta qué iba a suceder no en el corto plazo, sino al día siguiente. La crisis de diciembre de 2001 fue tan profunda que a partir de entonces cada mañana podía ser el comienzo de la hecatombe final. El fantasma de la guerra civil sobrevoló peligrosamente sobre el territorio argentino, provocando angustia y desolación en el pueblo. En ese tétrico contexto, asumió la presidencia Néstor Kirchner. El diario mitrista le dio la bienvenida con un atroz artículo de Claudio Escribano, una obra maestra de la extorsión política. Sin embargo, el flamante presidente no se dejó intimidar. Con coraje y convicción, llevó adelante un plan de gobierno cuyo objetivo último no era otro que cerrar un período negro de nuestra historia reciente, cuya figura central fue Carlos Menem. En efecto, Néstor Kirchner se propuso, apenas se sentó en el sillón de Rivadavia, ejecutar el cambio político, económico, social y, fundamentalmente, cultural, que el momento demandaba. Se propuso, nada más y nada menos, que desmenemizar el país, sustituir el paradigma de los noventa por otro paradigma sustentado en la inclusión social, la justicia social, el pleno empleo y la expansión económica.

Tamaña empresa, en un ambiente nacional e internacional tan desfavorable, sólo podía llevarla a cabo un presidente dueño de una personalidad granítica. Afortunadamente, Néstor Kirchner lejos estuvo de ser un presidente abúlico y dubitativo, como aquél que se había escapado en helicóptero de la Casa Rosada la fatídica tarde del 20 de diciembre de 2001. Lo primer que hizo el flamante presidente fue demostrarle al pueblo, al poder económico concentrado y a su “mentor”, Eduardo Duhalde, que nadie lo llevaría de las narices. La defenestración de la tristemente célebre “mayoría automática” de la Corte Suprema y el retiro en el colegio Militar del cuadro del dictador Jorge Rafael Videla, demostraron que al santacruceño no le iba a temblar el pulso para llevar a cabo el proceso de desmenemización. A partir de entonces, los juicios por la verdad histórica se transformaron en una columna vertebral del kirchnerismo y la Corte Suprema dejó de ser un apéndice del Poder Ejecutivo. En política exterior, el presidente enterró las humillantes “relaciones carnales” del menemismo y puso en práctica el multilateralismo internacional, con especial énfasis en Latinoamérica. La Cumbre de las Américas celebrada en Mar del Plata a fines de 2005, junto con la decisión de cortar el cordón umbilical con el Fondo Monetario Internacional, constituyeron dos decisiones a nivel internacional de una trascendencia histórica. Durante su presidencia, Néstor Kirchner logró reconstruir la autoridad presidencial, que había quedado maltrecha a raíz del derrumbe del modelo neoconservador. Su volcánica personalidad lo hizo posible. Desde la vereda opositora se lo criticaba por su excesivo personalismo y su propensión a pelear y no a dialogar. Pero fue gracias a su capacidad de lucha que fue posible la reconstrucción de la Argentina. Un presidente pusilánime hubiese provocado un desastre de impredecibles consecuencias. Como tantas veces sucedió en nuestro país, los momentos históricos álgidos requieren la presencia en el gobierno de un presidente fuerte, con las espaldas lo suficientemente anchas para resistir a pie firme las embestidas de quienes no soportan que en la Casa Rosada habite alguien no dispuesto a obedecer sus órdenes.

Cuando Néstor Kirchner le puso la banda presidencial a su esposa, Cristina Fernández, el país estaba bastante mejor que en 2003. La pobreza y la indigencia habían bajado ostensiblemente, al igual que el desempleo. La Argentina ya no era aquella nave que navegaba sin rumbo fijo, a la deriva, que podía hundirse en cualquier momento. Sin embargo, el orden conservador no había podido deglutir a Néstor Kirchner. Le parecía inadmisible que los “mercados” hubieran dejado de ejercer el comando de la economía y que Hugo Chávez fuera el amigo preferido del gobierno nacional. El malhumor de la derecha se incrementó geométricamente con la decisión del santacruceño de apadrinar a su esposa como su sucesora política. El triunfo de Cristina en 2007 fue un trago demasiado agridulce para el orden conservador. No fue casualidad que apenas cuarenta y ocho horas después de su asunción, la prensa dominante comenzara a inundar sus primeras páginas con Antonini Wilson, aquel obeso “empresario” que supuestamente introdujo clandestinamente en el país 800 mil dólares como “ayuda financiera” para la campaña presidencial de Cristina. Sin embargo, la presidenta no se dejó amedrentar y comenzó a ejercer el poder en sintonía con su predecesor. Y la derecha no se lo perdonó.

La resolución 125 fue tan sólo el pretexto utilizado por el orden conservador para destituir a Cristina. La rebelión del “campo”, presentada por la prensa dominante como una genuina expresión de disconformismo de la “Argentina republicana” por el “populismo kirchnerista”, buscó el fin del kirchnerismo. Situado en una situación límite luego del “voto no positivo”, el matrimonio presidencial decidió doblar la apuesta. La reestatización de las AFJP y de Aerolíneas, y la ley de Medios Audiovisuales, fueron la contundente respuesta del gobierno nacional a los “mercados”. A partir de entonces, Cristina se fortaleció. Los históricos festejos por el Bicentenario lo confirmaron, pero no impidieron que la derecha continuara con su implacable tarea de esmerilamiento. El Parlamento había sido copado por el Grupo A y muchos presagiaron el fin del gobierno nacional. Para colmo, el 27 de octubre de 2010 se produjo el fallecimiento de Néstor Kirchner. El orden conservador festejó ese trágico hecho y, fundamentalmente, lo que visualizaba como un seguro derrumbe del kirchnerismo. Desde la oposición, varios se sintieron “presidenciables”. Las PASO demostraron cuán equivocados habían estado. La mayoría del pueblo votó por la continuidad de Cristina en el poder, lo que se confirmó con creces en las elecciones presidenciales de octubre.

El 54% del electorado decidió que Cristina debía continuar en el poder por los próximos cuatro años. Esta contundente victoria derrumbó el mensaje del orden conservador, que proclamaba la inexorable derrota presidencial como justo castigo a un gobierno corrupto, populista y perverso. Pero tal como sucedió a comienzos de su primera presidencia, su segundo período presidencial lejos ha estado de haber comenzado en paz y armonía. La trágica muerte del ex gobernador Carlos Soria, la operación presidencial, la tragedia de Once, los problemas que aquejan al vicepresidente y los vaivenes del dólar, indican que los próximos cuatro años al frente del Ejecutivo no serán sencillos para Cristina. Como nunca lo fueron para el kirchnerismo los anteriores nueve años. Porque en la Argentina siempre se paga un alto precio cuando se ejerce el poder pisando callos muy gruesos, tocando intereses muy poderosos que más temprano que tarde reaccionarán con dureza, teniendo en mente exclusivamente las demandas populares y no las de minorías corruptas dominadas por la codicia. Porque en la Argentina siempre se paga muy cara la osadía de gobernar para el pueblo.

Hernán Andrés Kruse
Rosario
hkruse@fibertel.com.ar

Publicado en :

http://www.redaccionpopular.com/articulo/nueve-anos-de-kirchnerismo

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